Amor por las interfaces clásicas: del Macintosh a GNOME
No me di cuenta hasta hace unos años, pero de pequeño si había algo que me fascinaba en la informática eran todas aquellas ventanitas, iconos y limitados colores. El cómo “eso que estaba usando” se las ingeniaba para representar gráficamente lo que estaba haciendo me parecía maravilloso. Cabe señalar que siempre hice y me gustaron las artes gráficas, y con los años reactivarían ese gusto haciendo de mí un diseñador amateur, lo que me permitió aprender muchas cosas en ese ámbito. Esta pequeña historia introductoria me sirve para poner en contexto el por qué tras aprender y hacer diseño, actualmente alabo al tan criticado GNOME (sobre todo su versión vanilla).
Me encantaría explayarme porque disfruto hablando de estos temas, pero intentaré ir al grano: soy un gran fan de las interfaces gráficas clásicas, y no es sólo cosa de la nostalgia. Por ejemplo, siempre profesé mi amor por Windows 3.1 y toda esa sencillez. Con los años recuperé ROMs y todo lo que pude para volver no sólo a ese Windows, sino también a sus versiones anteriores. También conseguí usar emuladores de los Macintosh hasta la versión System 7. Cuanto más jugaba con esas interfaces más me daba cuenta de por qué eran tan divertidas y por qué volvía a sentirme niño. Eran sencillas, extrañamente bonitas con ese pixel art (mención especial a Susan Kare, que merecería un artículo aparte) e irónicamente más productivas porque podían volverme más ingenioso con lo poco que tenían. Eran simples, en ellas residen el germen del funcionamiento de la informática de hoy.
Cuando salió GNOME 3 le llovieron las críticas y los forks. La gente decía (y muchos siguen diciendo) que era complicado y su inspiración original en el iPad lo dejaba como una “interfaz para pantallas táctiles”. Hoy en día se sugiere que quiere ser Mac OS. Ok, hay diseños en algunos aspectos mejorables y que han estado puliendo con los años, pero a mi juicio esas afirmaciones son exageradas y probablemente sea la mejor interfaz en Linux a día de hoy.
Un breve repaso de algunas de esas impopulares características: no hay iconos en el escritorio, el clic derecho en él prácticamente no hace nada — de hecho, los clics derechos tienen por lo general muy pocas opciones — , existe una diferencia entre el menú de acciones de la aplicación (en la propia app) y el de configuración (en la barra superior del escritorio), su bandeja de notificaciones es demasiado simple, las barras de las ventanas son bastante gruesas, las opciones de configuración del escritorio son muy básicas, la barra de tareas solamente muestra la aplicación en primer plano… … … Un momento: ¿eres tú, Macintosh? ¿Windows 3.1? ¿O quizás System 7?
Ahora en serio: más allá de las inspiraciones originales del equipo de diseño de GNOME, el propio escritorio es, queriendo o sin querer, una réplica de esas antiguas interfaces. Y no lo veo malo, sino maravilloso. Cuando aterricé de nuevo en Linux y GNOME dos años después de usar Windows 10 de manera casi ininterrumpida, una sonrisa me volvió a la cara. La sencillez que siempre amé sigue ahí, en un escritorio de 2019. No sólo no me falta de nada sino que soy más productivo (y todo es más bonito, de paso que estamos).
El diseño simple, limpio y elegante de GNOME hace que te centres en una acción cada vez. El shell, así como sus atajos de teclado, son efectivos para ejecutar comandos o abrir/cambiar aplicaciones. Prácticamente no tienes que preocuparte de las acciones con el clic derecho, las configuraciones de una app y sus opciones están separadas — es cierto, eso necesita una revisión algo más pulida — ; las notificaciones más pesadas pasan a la zona habilitada para ello haciendo clic en la fecha (algo ya adoptado en casi todo), las barras de las ventanas son algo más gordas a cambio de meter en ella funcionalidades de manera gráfica y omitir el vetusto sistema de menús, la configuración del sistema es simple y directo para lo que usamos la gran mayoría el 90% del tiempo… ¿Y todo lo demás? En las extensiones.
De acuerdo, es otro punto criticable: necesitamos mayor estabilidad en las extensiones. Sin embargo, la idea es brillante: “te damos un escritorio funcional y tú puedes ampliarlo a tu gusto mediante añadidos”. Creo que no se reflexiona lo suficiente en el hecho de que son pequeños programas que la grandísima mayoría se pueden habilitar o inhabilitar en caliente, sin tener que reiniciar ni el escritorio ni el sistema. ¿En serio hay algo mejor? Que sí, hay que insistir en que tiene sus fallos (como todo), pero la filosofía es clara y digna de aplaudir.
También el diseño es coherente. Todas las apps están diseñadas con el nuevo lenguaje de comunicación visual y se agradece. Es sólido y armónico, se respeta e invita a muchas apps a simplificar su estilo y funcionalidad. Todo debería funcionar bajo los mismos parámetros y verse de manera similar, y esto es algo genial porque el usuario generalmente sólo aprende lo importante y luego “fluye” por la interfaz.
Sabiendo todo eso, ¿se puede usar GNOME vanilla, tal cual es sacado de fábrica? Por supuesto que sí. Yo mismo soy usuario. Creo que la mayoría debería reflexionar en si necesita todo eso y hacer un ejercicio de simplificación. Es curioso cómo sigue habiendo una especie de horror vacui en el escritorio de PC cuando todo lo demás se ha simplificado y ha tenido éxito. GNOME por tanto en ese aspecto es un back to basics a la par que abraza los caminos del diseño de interfaces actual.
Por cierto, a mediados de marzo tendremos nueva versión de GNOME, la 3.32, con rediseños y mejoras. Espero que siga sin perder esa esencia tan old school que amo y creo que es un añadido de gran valor.